02 febrero 2009

La esposa sauce

Como ya os dije aquí tengo un libro nuevo sobre mitos y leyendas de Japón. He pensado en poneros alguna de las historias que vienen. Algunas son demasiado largas para ponerlas en el blog así que elegiré entre las cortas.

La historia de hoy se titula La Esposa del Sauce y esta dentro del capitulo donde se explica el amor de los Japoneses a los arboles. El libro es Mitos y leyendas de Japón de la editorial Ediciones Satori.

En una aldea japonesa crecía un gran sauce. Generaciones de habitantes de la aldea lo habían amado. Durante el verano era lugar de descanso, bajo su sombra se reunían los aldeanos tras la dura jornada de trabajo, cuando el calor del día decrecía, y se quedaban allí hablando hasta que la luz de la luna se filtraba a través de sus ramas. Durante el el invierno era como un gran paraguas medio abierto cubierto por nieve reluciente.

Heitaro, un joven campesino, vivía cerca del árbol y él, más que ninguno de sus convecinos, había entablado un profundo vínculo con el imponente sauce. Era lo primero que veía al despertar y la figura familiar que la daba la bienvenida tras una larga jornada de trabajo en el campo. En ocasiones quemaba una varilla de incienso bajo sus remas y se arrodillaba a rezar.

Un día llegó a la aldea un anciano y le explicó a Heitaro que los aldeanos querían construir un puente sobre el río y que, para ello, necesitaban la madera del gran sauce.

<<¿Madera? –dijo Heitaro, escondiendo el rostro entre las manos-. ¿Mi querido sauce un puente que tendrá que soportar el incesante pisoteo de miles de pies? ¡No, anciano, jamás!>>

Cuando Heitaro se hubo recuperado de la impresión le ofreció al anciano algunos de sus otros árboles para la madera del puente, si aceptaban dejar tranquilo al viejo sauce. El hombre aceptó la oferta y el sauce continuó en pie, como había estado mucho tiempo antes. Una noche en la que Heitaro se había senado bajo sus lánguidas ramas una hermosa mujer apareció ante él y le miró tímidamente, como si quisiera hablarle.

<<Honorable dama –dijo Heitaro-, me retiraré a mi casa pues veo que estáis esperando a alguien. Heitaro es siempre amable con quienes están enamorados.>>

<<Él no vendrá>>, respondió ella sonriendo.

<<¿Es que ha muerto? ¡Qué terrible cuando el amor se mofa dejando tras de sí cenizas y una tumba!>>

<<Él no ha muerto, señor.>>

<<¿Y no viene? ¡Qué extraño es todo esto!>>

<<¡Él ya ha venido! Su corazón siempre ha estado aquí, aquí bajo este sauce.>> Y con una radiante sonrisa la mujer desapareció.

Noche tras noche, Heitaro y la dama continuaron viéndose bajo el viejo sauce. Ella fue perdiendo su timidez y no se cansaba de escuchar las alabanzas de Heitaro hacia el sauce. Una noche le dijo:

<<Querida dama, ¿querrás casarte conmigo? Entiendes mi corazón. ¡Es como si hubieras venido del propio árbol!>>

<<Sí –dijo ella-. Llámame Higo (sauce) y no me hagas preguntas, sólo ámame. No tengo ni padre ni madre. Algún día lo comprenderás.>>

Heitaro e Higo se casaron y fueron bendecidos con el nacimiento de un hijo, al que llamaron Chiyod. Aunque su casa y su vida eran sencillas, ellos eran las personas más felices de todo Japón.

Un día en que la pareja se dedicaba a sus quehaceres diarios llegaron noticias importantes a la aldea. La información corría de boca en boca y pronto Heitaro supo que el antiguo emperador Toba quería construir en Kyoto un templo dedicado a Kannon por lo que de todo Japón debían llegar ofrendas en forma de madera para el edificio. Los aldeanos dijeron que la aldea debería contribuir al edificio sagrado aportando la madera del gran sauce, Los intentos de Heitaro y sus promesas de ofrecer otros árboles de nada sirvieron porque no había un árbol más grande y más hermoso que el sauce.

Heitaro regresó a casa y se lamentó antes su esposa: <<¡Querida, quieren matar nuestro amado sauce! Antes de haberte conocido no lo habría soportado. Pero, ahora, contigo y con el niño, quizás algún día lo supere>>.

Aquella noche Heitaro se despertó repentinamente por un grito lacerante. <<Heitaro –dijo su mujer-, ¡está muy oscuro! El cuarto está lleno de murmullos. ¿Estás ahí, Heitaro? ¡Están talando el sauce! ¡Mira su sombra trémula a la luz de la luna! ¡Yo soy el alma del árbol! ¡Los aldeanos me están matando, me cortan en pedazos! ¡Heitaro, amado mío, el dolor, el dolor! Pon tus manos aquí, quizás ahora no sienta los hachazos.>>

<<¡Mi esposa sauce! ¡Mi esposa sauce!>>, sollozó Heitaro.

<<Esposo mío – dijo Higo con voz trémula mientras apretaba su rostro agonizante humedecido por las lágrimas contra el pecho de Heitaro-, he de irme ya. Aunque el viento sople con fuerza, no puede derribar un amor como el nuestro. Os esperaré a ti y a Chiyodô. ¡Mi cabello vuelo por los aires! ¡Mi cuerpo se rompe!>>

Se escuchó un terrible estruendo fuera de la casa. El gran sauce yacía en el suelo con sus verdes ramas desparramadas. Heitaro buscó con su mirada a aquélla a la que amaba más que nada en el mundo. La esposa sauce se había ido.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué bonito cuento, y triste a la vez. Como la vida misma, supongo...

Anónimo dijo...

Qué final tan triste... pero la historia es preciosa.
Encontraste el libro en Bilbao?
Un abrazo !!

Neki dijo...

aran,
Eso mismo pense yo. Incluso pense en poner alguna historia mas alegre, pero esta me parecio muy importante. Etas tipo de historias son las q más me

Nuria,
Si, le compre en Bilbao. Cuanto más le leo más cosas interesantes encuentro. Es de esos libros que se leen más de una vez.



Gracias por comentar.

Anónimo dijo...

Me ha parecido muy bonita la historia, aunque muy triste al final :( Gracias por regalarnos una de las leyendas de tu libro :3

Neki dijo...

Natsuki,
Me alegro de que te gustara. Para la proxima voy a elegir una con final feliz.